jueves, 14 de junio de 2007

47.- "Voy a hecerles una ayuda adecuada"

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Mi Diario. Reunión del diecisiete de marzo de 2007. Sábado.
LA AYUDA MUTUA.


Carta: A Esme y Ismael.
“La ayuda adecuada”
La ayuda mutua es fruto del respeto y el cariño a tu pareja.

Querida Esmeralda y querido Ismael:

Me planteabais en vuestra carta cómo compaginar vuestra libre libertad con la ayuda mutua que como muy bien dices “os debéis”, y el respeto y la aceptación hacia la manera del ser del otro, “aceptar al otro tal cual es”, con al menos una mínima exigencia, para que la convivencia no se transforme en un malestar e incomodidad continuo, por la forma de comportarse la pareja. Podría si no llegarse a una pelea continuada o quizás a una retahíla de reproches más o menos contenidos o a silencios acusadores o explosiones desproporcionadas.
Por respeto al otro ¿hay que pasarlo todo? ¿Hay que callar siempre y aguantar? ¿No se debe pasar nada desde el principio para así marcar bien claro “el territorio”, como los animales en las selvas? ¿Qué es lo que se puede o debe pasar y por dónde no se ha de pasar nunca por mucho que se ame?
En mi primer lugar yo con humildad os diría que todos los roces de la convivencia se deben, hay que tratarlo, en el diálogo amoroso, oportuno, en calma, en el contexto del amor, “has de saber que te quiero, y que es porque te quiero y no quiero que se rompa “lo nuestro”. Quiero decir que nunca se deben ir enterrando ni en el olvido ni en un falso perdón condescendiente y falsamente amoroso. Sería como ir enterrando gas a presión en una basilla de barro que ha de estallar de pronto con quizás heridas irreparables. Por eso el momento tampoco es el de la intimidad amorosa. La intimidad amorosa es para la intimidad amorosa, y de ella solo puede nacer más unión y más amor, nunca discusión, desavenencias, disparidades o pequeños diferencias que puedan oler a reproche. A veces, Esme, algunas mujeres aprovechan este momento en que el hombre está entregado, agradecido y amoroso para “condicionar” sobre las relaciones mutuas, los comportamientos hogareños o sociales o la educación y exigencias sobre los hijos. Para mí, error craso. No cero que a ninguna pareja le pueda producir unión serena y más compenetración y unanimidad.
Así es en el diálogo donde deben salir estos temas y con cariño, con mucho cariño y tacto para no herir ni restregar ni hurgar en la herida o yaga de la debilidad del otro intentar llegar a lo que hoy llaman el consenso. Tú sabes que si te lo digo es porque te quiero. Yo expongo y acepto la decisión libre de tu voluntad. Sólo te pido que lo pienses, que lo medites, que lo reflexione. Puede que sea yo quien esté equivocado. Si es así, lo acepto. Si no lo ves ahora, vamos a tomarnos un tiempo para madurarlo.
Pero sobretodo ese cariño, que decimos tenerle y por el que lo dialogamos se debe ver. Debe estar muy claro. Se debe sentir, debe flotar en el ambiente del diálogo muy fuertemente.
Sí, Ismael, no hay mayor grandeza en el hombre y el la mujer, en el ser humano, que saber rectificar, aceptar sus limitaciones y luchar por enmendarlas y corregirlas.
El diálogo no es intentar convencer al otro de su equivocación o aferrarse a que acepte nuestro punto de vista. Es, serenamente, ponerse en la piel del otro, comprender el punto de vista del otro, ver y sopesar las razones en que se sustenta la opinión del otro.
Luego, también honradamente, honestamente, humildemente, compararlas con las nuestras, nuestras razones o fundamentos, y volver a sopesarlo todo con la nueva riqueza que es la mayor amplitud de miras.
Desprenderse de hábitos, costumbres o manías, dar valor a lo que tiene valor, y despreciar o minusvalorar lo que no lo tiene, hasta tirarlo por la borda de nuestra idiosincrasia o convicciones, apeándonos de lo que pueden ser sólo deseos, apetencias o comodidades más que verdades o realidades sólidas.
Y si no lo vemos ni vemos claro el punto de vista del otro, ni el otro el nuestro después de haber escuchado nuestra “defensa”, es decir si no hay consenso o acuerdo, se debe imponer el respeto más absoluto hacia la postura del otro, y sopesar bien cual es el valor real de lo que se discute, pues a veces es tan baladí que no merece la pena no ceder en algo, que aun sin compartirlo tiene un valor infinitamente inferior al de la concordia y la paz con el ser amado. No claudicamos, no. Cedemos en nuestro punto de vista, porque en nada hiere nuestras convicciones o principio y cae en el sutil y variable campo de nuestras opiniones o deseos.
Y si hay error por nuestra parte saber y recordar que nunca el hombre es más grande que de rodillas, cuando sabe aceptar y rectificar, y con sencillez y simplicidad, sin doblez, pide perdón a ser amado. Y si hay pareja en el amor, el perdón vendrá en el otro, o en nosotros si fuera al contrario, el perdón vendrá, digo, nacido del corazón. El perdón de corazón fruto de la generosidad, de la magnanimidad y de la grandeza del alma.
A veces la ayuda mutua es un sostener al otro, que cae en su debilidad. Te sostengo, te mantengo a flote, te ayudo a superarte o al menos ano hundirte porque te quiero y es mi amor el que te sostiene. El la confianza en mi amor es donde debes sacar fuerzas para tu flaqueza y punto de apoyo para inestabilidad.
Con verdad podríamos decir con el salmista: “Tu eres, Señor, mi Dios, mi fortaleza” a través “de la ayuda adecuada” (Gen. 1) que creaste para el hombre.

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