jueves, 14 de junio de 2007

60.- "Una sola carne y un solo espíritu"

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Mi Diario. Reunión del veintiocho de julio de 2007. Sábado.

(De San pablo a los Efesios)


De Isabela.
La armonía sexual en la pareja humana.

Querido Carlos:
Adoro el cuerpo de Juan Carlos. Y lo cubro de afectos, mimos y caricias. Él adora cada rincón del mío. Y o llena de caricias, mimos y afectos. Creo que los dos en ese orden.
Él sabe perfectamente lo que me gusta, me gusta menos y me disgusta. Yo sé cómo le gusta, cuando le gusta y todo lo que le gusta.
Lo hemos ido hablando con confianza y cariño. Antes, durante o después de nuestros encuentro íntimos. También sabemos los dos, las apetencias y deseos del otro, a veces por una intuición afectiva, a veces por unos gestos o caricias, a veces por una petición formal y generosa, “te espero en la cama”, “no tardes mucho”, “no te pongas el camisón”. Yo soy más tímida o recatada y me cuesta más pedírselo. Casi siempre lo hago con algún gesto o señal. Un beso muy fuerte en los labios, con visos de apasionamiento, un tirar de su mano hacia el dormitorio, un camisón o ropa interior muy atrevidos, un paseo ante sus ojos, ya casi dormidos, que se abren como faros, mostrándole coquetamente lo que solo él puede ver, porque se lo entregué para su uso exclusivo en día del sí. Pero no creas, Carlos. Nos ha costado bastante y bastante tiempo llegar a esta confianza de la carne y el deseo, a saber pedir el saciar mi hambre corporal en su sed carnal, porque curiosamente aún en el matrimonio, y más en la mujer, es más fácil hacer que hablar, realizar que pedir, usar las manos y todo el cuerpo que usar la boca. Hoy, creo, él no tiene secretos corporales, afectivos, sensuales, sexuales o táctiles para mí, ni yo para él. Ni hay vergüenza alguna en pedir, suplicar o rogar con amor cualquier cosa. Hemos ido aprendiendo el leguaje de las caricias, del placer físico y del gozo compartido contigo.
Juan Carlos es un libro abierto para mí y yo soy toda una exposición de cuadros para él. Lo que sí tenemos claro es que nunca forzaremos al otro a nada que pueda resultarle grotesco, desagradable, no humano o inapropiado para que crezca nuestro amor.
Cada gesto, cada caricia, cada intimidad, va cargada de amor en nuestra pareja. En el amor toma su principio, en el amor se realiza y llega a su culminación, en el termina con suavidad, sí, con caída corporal suave, pero con una intensidad afectiva creciente y al máximo.
Sabemos, saboreamos que es el “uno con el otro” y que “eres tú” quien me da tanto placer y me llena todas mis vehementes apetencias, y que sólo a ti te lo debo y que “sólo contigo lo deseo y me entrego.”
Hay, en la pendiente ligera hacia la calma de la sexualidad femenina, un recoveco en que Juan Carlos se acurruca, con palabras o caricias suaves, ya no apasionadas pero si inmensamente afectuosas, en un simple estar el uno junto al otro, pegaditos, saboreando el silencio y la presencia, rumiando blandamente, mansamente, la estrechísima unión que se ha producido en nosotros, y que acabada la del cuerpo supera aún en amor la del alma. Y te escribo en singular “cuerpo”, “alma”, porque llevo gravada indeleblemente tus palabras en el cursillo: “y serán los dos una sola carne” y en el amor una sola alma, un solo espíritu”.
Y ese fue el más profundo deseo de nuestra pareja, el lema de nuestro matrimonio, la meta por la que los dos nos esforzaríamos desde el amor, por el amor y con nuestro mutuo amor, para llegar, tú lo sabes porque sabes la fe inquebrantable que tenemos, al AMOR, a nuestro Dios, en su cariño paternal y en su tierno amor por sus hijos, los hombres. Un beso fuerte, Isabela.

Reunión de Grupo:
Se despiden hasta después de vacaciones. Se prometen escribirse por correo electrónico para que llegue a todos, incluido Don Matías, Carlos y Elena.

Conclusión:
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