>
Mi Diario. Reunión del veintiséis de mayo de 2007.Sábado.
A Vanesa.
“Y prometo serte fiel, Dalia, hasta que la muerte nos separe.”
LA FIDELIDAD CONYUGAL.
Javier, mi querida Vanesa, es marino mercante. Capitán de un barco de trescientas toneladas, pequeño buque de carga, que conocí en Palma de Mallorca llevando los vinos de la vega de Jerez desde El Puerto de Santa María. Yo trabajaba allí en de Delegado de la Consignataria. Tendría unos cuarenta y dos o tres años. Era alto, delgado, moreno y de buen parecer. Me invitó a cenar a un Celler, Can d’emoni” y a las nueve le recogí en la escalerilla de su barco para ir juntos.
Simpatizamos. Yo era entonces soltero y ya novio de Elena. Al cabo del rato de estar cenando y casi sin unas copitas porque era casi abstemio, ya empezó la charla más personal e íntima. Tenía ganas y necesidad de hablar. De hablar de sus cosas. De hablar de lo que cada día y cada noche echaba de menos. Afectivamente. Sensitivamente. Quizás, no le reveló claramente, sexualmente. Javier tiene tres hijos y una bella esposa para él la más guapa del mundo, sevillanas, que se llama Dalia. Bonito nombre de flor hermosa. Como ella, me dijo.
Con él navegan, dos oficiales, Primero y segundo de a bordo, Samuel y Pepe, un Contramaestre, Siso, un Jefe de máquinas, Rubén y su segundo, Tito. Ellos seis forman la oficialidad del barco que se completa con ocho o diez, no me acuerdo, marineros, casi todos gallegos.
Antes de empezar estos tres o cuatro viajes contratados desde El Puerto a Palma para el vino y volver con alubias de Alcudia, han hecho viajes a Amberes y Hamburgo con otras cargas. En Amberes, los juerguistas de su oficialidad, tres de ellos casados, le llenaban cada vez los camarotes de “finas señoritas” para pasárselo en grande. Nunca quiso intervenir, me repugna solo el pensamiento de engañar a mi mujer, creo que sería un engaño deshonestidad, desleal a toda mi familia, incluido mies tres hijos, que confían y admiran enormemente a su padre, me tienen por un hombre cabal, muy enamorado de su madre, y les dejaba hacer a su aire sin que sus insinuaciones y propuestas le afectaran grandemente. Cuando ellos decidían llamar a la Agencia de señoritas bien, debía ser cara y de “buena reputación” quiero decir de calidad manifiesta y conocida por los clientes, aunque quitándole el “re” delantero y el “ción” final era totalmente exacta, yo me iba a la ciudad a algún cine de doble película para no asistir ni como mirón al espectáculo. Hacían apuestas y puntuaban las actuaciones de cada “señorita” que se intercambiaban en los camarotes. Entre risotadas y carreras en pelota de ella de uno a otro.
Un día al volver a las tantas de la ciudad al puerto y llegar a mi camarote nada más encender la luz alguien en mi cama metida destapó toda la ropa y quedó completamente desnuda sobre ella. Era un cuerpo de mujer, joven, veintiuno o veintidós, delgada como a mí me gustan sin ser escuálida, pechos redondeados y bien formados sin ser excesivamente grandes, debían estar duros como la piedra, por la tersura de la piel, con pezones grandes y redondos, en unos alvéolos que los rodeaban como dos rosetones grises enormes, piernas alargadas y deliciosas, con un pubis negro oscuro y abundante, para qué voy a contarte, me habían metido en mi cama y allí me esperaba ansiosa por conquistarme todo un bombonazo de mujer que podía atraer hasta al más frío y desapasionado.
Tuve que hacer un esfuerzo, soy hombre como tú y lo comprenderás, para con una sonrisa que no la humillara pedirle por favor que se vistiera. Me miró y con otra sonrisa y un gesto incitador de todo su cuerpo, contorneándose en el lecho, me volvió a invitar a acompañarla. Te lo ruego, pequeña, y no te lo tomes a mal pues no es un desprecio, eres muy hermosa y atractivísima, vístete y te invito a una copa o a un wuisky.
De mala gana salió de la cama como si hubiera fracasado en una apuesta. Y eso era una apuesta. Los muy traidores la habían contratado pagando carísimo y la habían retado a que no era capaz de hacerme acostar con ella. De vencer hubiera cobrado el doble.
Se sentó a mi invitación a un lado de mi mesa. Le serví una cerveza, pues eso me pidió.
Me dijo que era estudiante de Ingeniería, que tenía veintitrés años, que sus padres no podían ayudarla más a seguir la carrera y que una amiga la había puesto en contacto con la Madame para encontrar perras y seguir su carrera. Que esto no le gustaba pero que no tenía más remedio. Así que me la habían pedido culta y con carrera. Le prometí la otra parte de “su sueldo” si callaba y los acallaba, y le conté que para mí era parte de lo más íntimo de mi ser serle fiel a mi mujer, que jamás le había engañado ni con el pensamiento ni siquiera con un sutil y vaporoso, soñoliento y medio consciente sueño erótico.
Que perdonara pero que era mi forma de pensar y de sentir. Mi forma de amar.
Quién pillara uno como tú, con la cantidad de canallas y desvergonzados, calentorros y salidos que hay por ahí entre los casados. Llegar a puerto y al correspondiente polvo de desahogo.
Ves, Vanesa, que hay hombres que tiene el sentido profundo del amor y que saben que amar es ser fiel. Ves que el amor tiene necesidad imperiosa de fidelidad.
Y ves que se puede ser fiel por muy difíciles que sean las circunstancias. Puesto el principio, que es inamovible, debo decirte que el hombre es más pasional que emocional. Que no se “fija” tanto, que no queda atado por la aventura, con la mujer con quien la tiene, porque sólo busca el placer del momento sin compromiso alguno.
No queda atado como la mujer cuando tiene una aventura en los sentimientos y el amor, aunque este amor sea muy primitivo e imperfecto, lleno de egoísmo y placer propio.
También es más débil, más vulnerable en las ocasiones y en el qué dirán de los demás aventureros.
Y no te digo todo esto para disculparlos. Como culpables son culpables de mucho daño, de muchos sufrimientos, de muchas angustias femeninas, de muchas incertidumbres y de muchas rupturas dolorosas, porque aunque se separen el corazón femenino sigue muchas veces muy profundamente anclado en “su hombre”, su marido, su vida y su amor.
Pero antes de tirar todo por la borda, de romper todas las amarras, de destrozar tu vida y tu corazón para siempre, de tomar una postura “de dignidad” y de superioridad en el bien, yo soy la inocente y por tanto ahora se debe arrastrar ante mí, mira si hay algo salvable, aunque quede la herida siempre sangrado un poco para siempre, a pesar del perdón del corazón, que es olvido.
Dios sabe de qué barro estamos hechos, pues nos hizo El de ese barro, “tomó un poco de barro y sopló,” y tú debes saber también de que barro está hecho tu marido, Víctor Manuel, porque es tu mismo barro. Mira para dentro y no te creas superior porque te ves limpia.
Lo primero es serenarte y aceptar los hechos como son con todas sus consecuencias posibles y todas sus maldades, pero también con alguna puerta abierta.
Cuando tu corazón haya llegado a la serenidad con serenidad habla con él. Seriamente, lealmente, duramente, intransigentemente en lo que es intransigible. Dale tiempo para pensar y reflexionar. Para aceptar su error, mayúsculo, sí, pero humano y perdonable pues Dios sabe perdonarlo. No recrimines. Iba a decir que ni llores. Se fuerte. Se exigente pero que él vea que le sigues y seguirás queriendo siempre porque tu amor es fiel y porque adoras al que es padre de tus hijos.
Reza. Reza mucho. Vuelve a rezar y espera. Ten esperanza. No pongas condiciones ni marques más pauta que la de la fidelidad a ultranza. No des plazo de prueba. Deja que él vuelva cuando quiera volver. No lo quieras recibir con las orejas gachas y llorando como un bobalicón, sino arrepentido del dolor causado, de rodillas solo ante Dios y con el propósito decidido y verás, fuerte, valiente, de hombre, de no engañarte más ni de pensamiento.
Que pueda ser así. Que el tiempo y tu generosidad haga borrar tanto dolor de tu alma. Que no hay rencores ni revanchas ni recriminaciones futuras. Que aunque algunas veces te duela en lo profundo del alma nuca los vuelvas a sacra a flote porque el perdón de corazón olvida para siempre, y jamás dice si pero tú un día… tú fuiste así… tú eres capaz de volver… como aquellas esta otra y cientos.
Vanesa, espero que Víctor Manuel que yo sé que te quiere y que sus aventuras han sido arrastrado más por los demás, su debilidad, su soledad, su fragilidad, su barro mal cocido, vuelva a ti y si en algo te defraudó, como Saqueo con el dinero, te lo devuelva cuadruplicado y centuplicado, en amor, dedicación, agradecimiento eterno y silencioso, fidelidad fiel y sincera, para que sigáis siendo una familia en que los hijos adoren a sus padres como es en la vuestra.
Un beso fuerte
Carlos
>
jueves, 14 de junio de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario