jueves, 14 de junio de 2007

71.- "Padre nuestro que estás en nuestro amor"

>

Mi Diario. Reunión del trece de octubre de 2007. Sábado.
VIVIR EN DIOS: ORAR JUNTOS.

Primera parte.

Entrada al tema.

Nota del Autor.
En recuerdo y homenaje a mi amigo Fifo.
Esta carta no es de él. No es ficticia.Pero expresa su mente y su corazón.

Carta: De Fifo y Carolina.
“Padre nuestro que estás en nuestro amor”
EL Acercamiento a Dios. Orar juntos.

Querido Carlos:
Carolina y yo hemos ido construyendo nuestro “nido”, qué cursi suena ¿verdad?, pero ha sido un trabajo amoroso y lleno de contraprestaciones, recompensas y felicidad.
Desde que nos casamos nos propusimos que fueran desapareciendo y difuminándose el yo y el tú, en un “nosotros”, pero sin que se disolvieran en la nada nuestras propias personas. Es decir, conservando plenamente nuestra identidad y personalidad como individualidad. El “nosotros” debía ser una suma del yo y del tú, del tú y del yo, que curiosamente siempre es mayor que la suma de los dos sumandos, y cuando vinieron los hijos que de los tres, cuatro, cinco o seis sumando.
Ella, con su fuertísima personalidad y carácter, siempre fue ella. Ni yo la he absorbido, ni quedó diluida en nuestra unidad. Siempre hubo unidad, nunca unicidad.
Fue, te digo, un “trabajo amoroso y constante” para ir formando la convivencia en armonía y estabilidad. Pasamos, aunque el dulce y pacifico esfuerzo fue en todos los campos, por ir consiguiendo parcelas de unidad, la económica, la de la vida en común, es decir la armonía pacifica en el hogar, respetando los lugares propios y de refugio de la intimidad personal, aunque a veces compartidos con naturalidad, las diversiones, los amigos y “enemigos”, me refiero al ataque a las dos bandas, de esta sociedad de feroz consumo, las vacaciones de playa, mar y campo, ella playa, yo campo y sobretodo mar, las excursiones y viajes, los paisajes compartidos y las bellezas de museos y ciudades reflejadas en los ojos de ambos, como si fuera en un solo espejo, gozándolo todo juntos y a la par, con un solo gozo, la sexualidad y el lenguaje del cuerpo y del amor corporal y sensible hasta el culmen del delirio y la vehemencia pasional, siempre atenta al placer y gozo del otro, en un dar y saber recibir, en un recibir y estar deseando dar y darse, en los pequeños detalles de servicios, atenciones y benevolencias, hacer lo que al otro le pueda crear felicidad, y en un sin fin de cosas más, que fueron creando una unidad entre nosotros, fuerte, amorosa, cálida, tierna y detallista. Del “Mira a Alfonso” y “mira a Carolina” pasamos a que nos vieran como Carolina y Fifo y más tarde como “los Ramírez del Parrado”. Éramos “nosotros”. Pero Carolina y yo, ambos somos creyente y no digo practicantes sino “hijos vivos del Dios vivo”, quiero decir consecuentes en el pensar, en el obrar y sobretodo en el amar, con la fe y el amor apasionado a Cristo Jesús, la pasión amorosa por su Iglesia,
“creo en su Iglesia, que es una, santa y apostólica” y la quiero con vehemencia, igual que Carolina, es una de nuestras pasiones más fuerte, Carolina y yo, te digo, hemos luchado, mejor que luchado, hemos vivido, ya desde novios, que Dios no fuera mi Dios y fuera su Dios, sino que Dios fuera nuestros Dios. Un único Dios verdadero. Que Dios sea nuestro Padre amoroso y misericordioso. Amante, padre y madre Aunque una madre se pueda olvidar de su hijo yo nunca me olvidaré de ti, creo que más o menos dice el Señor. Que Jesús fuera siempre el encuentro de nuestra pareja. Que Jesús fuera el punto de unión de nuestro matrimonio, su nudo gordiano. Que Jesús fuera la fuerza y concordancia de nuestra fe. Que Jesús fuera el Buen Pastor de nuestras almas. Y el centro del centro de nuestra familia. La misa, juntos. El Crucifijo presidiendo nuestros dormitorios, del matrimonio y de nuestros hijos, con algún icono de la Madre. La Eucaristía compartida al recibirla juntos y dar gracias juntos, algunas veces con un suave cogerse de la mano en la comunión. La acción de gracias más que de peticiones.
La oración con los hijos al levantarse, Carolina siempre rezaba con ellos en el coche cuando los llevaba a Colegio, y algunas veces hasta cantaban algún canto religioso, o al despedirlos con las buenas noches y el beso en la cama. De pequeños nos acompañaban a Misa los domingos e incluso algún día entre semana. Cuando fueron algo mayores su madre les invitaba a venir con nosotros pero les dejaba en libertad de elección, pues Francisco por ejemplo prefería ir con su amigo Pablo para que este no se “olvidara” de ir y Cristina nos pidió cariñosamente el ir con su novio Rafa, desde el verano de la declaración, en la playa de San Agustín.
Carolina y yo leíamos el Evangelio desde novios juntos, algún trozo, y lo comentábamos juntos, como hacíamos en el Grupo de Vida. También aprendimos a rezar y dar gracias en alto, en común, y en hacer un pequeño examen cada noche de lo hecho, para agradecerle al Señor todo lo bueno y pedirles fuerzas para no repetir la debilidad.
Hemos orado y meditado mucho juntos y Jesús se ha hecho así presente en nosotros. El “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre allí estaré yo en medios de ellos” lo hemos sentido y vivido, palpado y gozado, celebrado y compartido en nuestra pareja y en nuestra familia. Jesús se ha hecho presente en nuestro hogar como su hogar y en nuestros corazones como su aposento. El, el Señor, “nuestro Señor”, ha sido nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. A El le contamos nuestra vida en cada detalle, y, a veces, solamente es el sentirlo presente, “estar juntos,” sin más. Hemos aceptado su Mensaje y su Iglesia en su totalidad, no a medias ni con limitaciones o cortapisas.
El Espíritu del Amor es el centro de nuestra vida de amor. Procuramos la presencia del Espíritu en nuestros actos y acciones. Nos sentimos Templos del Espíritu, ¿no sabéis que sois Templos del Espíritu y que lo lleváis en vaso frágil?
Sí, hemos querido ser la Iglesia doméstica de Jesús, que Él sea su Fundador y creador, cimentarla y fundamentarla sobre Pedro, y entre debilidades, limitaciones, pequeños o no tan pequeños fracasos, sabemos de que barro estamos hechos, y su Gracia y Amor, hemos escondido, como dice Pablo, nuestra vida con Cristo en Dios.
Creo que en el Misal de mi madre, el Lefebre bilingüe de entonces, lo leí así. Vita vestra est ascondita cum Cristo in Deo.
Sabemos que el acercamiento a Dios, el tener la pareja un solo corazón y una sola alma para amarle, y para dejarse amar por Él, el Dios Amor, único Amor y sólo Amor, sólo El es El Amor, llena la pareja y el matrimonio, la vida y el caminar juntos por la vida de Amor, y si en la pareja hay amor, y el amor es indestructible, la pareja será indestructible.
Nada hace crecer más el amor que el vivir con Dios y el sentirnos sus hijos. Y la pareja debe ser toda amor, en semejanza a Dios.
Esta es, Carlos, nuestra experiencia. Sí, hemos colocado a Dios en el centro de nuestro Matrimonio. Sí, Él es nuestro amor, y si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?
Te he contado todo esto, mi querido amigo Carlos, a petición tuya, como vivencias de un pobre pecador, para que puedas decirles a “tus parejas” que cuando nuestro amor de pareja humana se hace su amor divino de Dios, Padre amoroso y tierno, y todo esto sin dejar de ser nuestro amor, nuestro amor se hace fuerte como el mismo Dios, con fundadas garantías de permanecer en el tiempo, hasta que la muerte nos separe, y de crecer en intensidad. Más que ayer. La pareja se hace indestructible y Dios se manifiesta a través de su amor a los hermanos y a todos los hombres.
Un abrazo fuertísimo mío y de Carolina, con ese cariño que nace y permanece a través de la vida, aunque estemos lejos, como hermanos en Cristo e hijos de un mismo y amoroso Dios,
Fifo.

Reunión de Grupo:

Conclusiones.

>

No hay comentarios: