EL SACRIFICIO Y LA RENUNCIA POR EL OTRO.
Querido Diario:
Ayer en la Reunión tratamos de cómo a veces es necesario el sacrificio y la renuncia para que el amor crezca o al menos permanezca y no disminuya y mengue.
El tema salió con la carta que Carlos escribió a Isabela y Juan Carlos cuando se casaron, enmarcándole una carta del padre de Juan Carlos, catecúmeno entonces de confirmación, a Carlos, tras una charla que le dio hace la friolera de treinta y algo de años, en su Parroquia de Santa Brígida.
¡Qué orgulloso están Isabela y Juan Carlos de esas líneas en las que con la naturalidad de un crío de quince años o así, le cuenta cómo bailaba siempre con la más fea, “a mí siempre me toca bailar con la más fea, pero me duermo contento porque alguien se lo ha pasado bien gracias a mí”! De casta le viene al galgo. Así es Juan Carlos con todos. Siempre al quite, siempre a ver cómo puede ayudar, sin meter ruido, siempre atento a lo que cada uno necesita para dárselo antes incluso que te des cuenta que lo hechas en falta. Así está Isabela que parece una reina en un trono o una santa en la peana de un altar. La cuida, la mima, está atento hasta en sus más mínimos deseos, procura hacer siempre las cosas como sabe que a ella le hacen feliz y le gustan y renuncia a todo lo que haya que renunciar con tal que Isabela esté contenta y satisfecha.
Nos contaron en la reunión que han tenido que llegar a un pacto en su matrimonio para no discutir sobre lo que hacer, pues el “lo que tu quieras”, “no, elige tú,” les llevó a un terreno de nadie, en que cada determinación, que era eterna. No se cedía, por hacer el bien o el gusto del otro, sin pensar en el contento, deleite o deseo propio. Ahora por riguroso turno, cada vez elige uno, con la solo excepción de cuando es algo especial que afecta a uno de los dos de manera específica: cumpleaños, santos, de los padres, fiesta de algunos de sus amigos íntimos u otras personales y concretas.
Y sin embargo, el hombre de hoy, y principalmente la juventud de hoy, las parejas como nosotros, quisieran borrar del diccionario una serie de palabras, y sobretodo de sus significados y su realidad existencial que les molestan y duelen a sus finos, delicados y egocéntricos oídos.
Pecado, muerte, enfermedad, padecimiento, sufrimiento, renuncia, dolor, angustia, sacrificio y abnegación. Esas realidades no están de moda.
Tienen esas palabras y sus significados entre los términos más temidos y no deseados, prohibidos, enterrados, descartados de sus intenciones y decisiones, de sus vidas.
Hoy sólo mola “mi bienestar”, mi comodidad, mi prosperidad, mi regusto, “ser feliz”, pero sólo ser YO feliz.
En el fondo, bueno y en la superficie, es un regodeo de nuestros egoísmos, y así paliamos y capitidisminuimos todo lo que es incompatible con nuestros deseos de felicidad exclusiva y egoísta, centrados todos en mi yo. Por concesión graciosa, pero evidentemente sometida y subsiguiente a la nuestra a veces admitimos detrás la felicidad de nuestra pareja u otros, siempre que no se inmiscuya en la nuestra.
Hay que borrarlas de la realidad de mi vida en todo lo posible. O tenerlas en el inconsciente enterradas y cuando se hacen presente en la realidad de la vida y en el consciente huir de ellas como de la peste. No pensarlas o pensarlas como inexistente o que nunca me van a llegar.
Y así muerte, hermana muerte, el cristiano paso a la vida en Dios, lo llamamos eufemísticamente pasar a mejor vida, descansó, se fue, nos dejó, ya terminó todo para él. Y pecado será igual a limitación, debilidad como máximo. Sí existen las aberraciones de otros y o para otros. Mal trato femenino ( o masculino que de dominaciones y violencias incruentas está la historia y los matrimonios llenos) injusticias personales o sociales, opresiones y explotaciones, sobre todo de la infancia, insolidaridad, (porqué habrán nacido tantas ONG, no serán algunas, no digo todas, tranquilizadores de conciencias) explotación sexual, y otras mil barbaries que parecen que están pegadas a la piel de la humanidad con tal fuerza que no se arrancan ni con la piel, ni con la cultura, ni con el progreso progresivo del que presume la izquierda.
Pero volvamos al amor cuando se reviste por necesidad, no por altruismo o masoquismo, de sacrificio, renuncia, privación y dolor en nuestra persona por el bien y la paliación del mal en la otra.
“En la salud y en la enfermedad, en el gozo y en el dolor, en la alegría y en las penas y tristeza.” Así te recibo y me entrego.
Y quien no comprenda, vea y sienta amor, e incluso alegría, en el sacrificio por el otro, ni sabe lo que es amor, ni ha comprendido lo que es amar, ni entiende lo más mínimo, y hasta rechaza, la Pasión de Cristo.
Pero todo Viernes Santo tiene su Sábado de Gloria y su Domingo de Resurrección. El dolor en el cuerpo del cristiano, la angustia y tristeza en el alma del creyente es la Pascua del Señor. El paso, (“pascua”) el camino y el encuentro con el Cristo resucitado. L a muerte no es la muerte. Es el paso a la vida. Y así en la pareja lo negativo de todo mal, (no en el sentido de pecado) al ser compartido se convierte en un bien compartido.
El dolor une cuando se soporta y se ama por el ser amado. ¿No es así el dolor de la madre ante un hijo enfermo? Cuando la prueba parece insuperable, la muerte de los padres o de un hijo, la de la esposa o el esposo, solo el amor encarnado en el dolor, la supera.
Sólo el amor a Dios, el espejo de Cristo en la Cruz, de María al pie del madero, la hace soportable, llevadera y superable.
Ama así, y será un nuevo eslabón más que de acero, de amor, el que te una a tu pareja.
Dios es amor, pero entregó a su Hijo Unigénito a la muerte, y muerte de Cruz, para que en su Resurrección resucitara todo hombre. Y toda pareja. Y tú.
Me ha salido un sermón, querido Diario, pero lo copie al pie de la letra de la hoja de sugerencias de la reunión.
Besos. También ti, José Carlos, que te tengo olvidadillo. No seas celoso. Mil besazos, Ana.
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jueves, 14 de junio de 2007
50.- "El dulce sacrificio y la renuncia amorosa por tu pareja"
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