jueves, 24 de enero de 2008

12.- "Nos ha nacido un niño"

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Mi Diario a veintinueve de abril de 2006. Diario. Sin reunión.
Nace el hijo de Ana y José Carlos.
Es un “machito”. Se ven en “El Materno”
Escrito el cinco de mayo de 2006 ya en casa.

Te lo voy a contar, mi querido y amado Diario, como si lo estuviera viviendo en el día en que como un nuevo Niño Jesús, nos nació, con toda salud y gracia el pequeño Nacho, nuestro primer hijo. ¡Un hijo! ¡Un hijo! ¡Un hijo! ¡U hijo, Dios mío, hijo de Dios!
¡José Carlos te quiero, te quiero, te quiero!
Ayer, viernes, cuando volvía del trabajo al medio día, gracias a Dios como embarazada no tengo oficina por las tardes en el último mes, empezaron las contracciones muy suaves, ya en el coche. Me traía José Carlos, que había pasado a recogerme y se puso muy nervioso. Más nervioso que yo que lo estaba un poquito. Quería irse ya para el Materno, y tuve que calmarle. Aún no ha llegado la hora, José Carlos. Quedamos mus se iban haciendo más fuertes en el pequeño trayecto hacia casa en dirigirnos a casa de mi padres, que estaban en Las Palmas y no en el campo, en Santa Brígida. Llamé a mi madre por el móvil y se lo comuniqué. ¿Pero estás ya, ya? Me interrogó. No, mamá. Ha empezado casi ahora mismo, pero estaré más tranquila contigo y si nos tenemos que marchar de pronto no importa porque ya tenemos la maletita con todo lo del niño y lo mío en el maletero del coche, desde hace dos días que cumplí por “deseo expreso de mi dueño y señor” José Carlos, el previsor.
Pasé la tarde en la salita pequeña de mis padres, el gabinete azul, que le llamamos, que es muy recogidito y acogedor, haciendo un jerseysito para Ignacio de punto, azul, como me enseñó mi abuela Luisa, y midiendo la duración entre dolor y dolor para ver si se acortaba como señal roja e alarma.
José Carlos, que había trabajado como un negro de seguido toda la mañana para dejárselo todo terminado, llamó a su Jefe y le dijo que como quedaron estaba todo a punto y que si había algo urgente Luís, su auxiliar, o Flora, su secretaria, le llamaran al móvil. Se quedó, simulando leer, junto a mí, toda la tarde. Los tres, papá se fue a su oficina rogando le avisáramos urgentemente, rezamos despacio y masticando las “Ave Marías” el Rosario y mi madre, que lo precedía fue poniendo intenciones a cada Misterio. Tocaban los Misterios Dolorosos, era viernes, pero mi madre rezo los Gozosos.
Primer Misterio, la Anunciación del Ángel a María Santísima y la Encarnación del Hijo de Dios. Para agradecer al Señor el embarazo de vuestro hijo, su encarnación en tu seno, y los nueve meses tan maravillosos a pesar de algunos dolores que habéis vivido juntos y en buena salud los tres.
No sé si José Carlos y yo habíamos rezado un Rosario a María con tanta devoción y gozo. Me cogía la mano con fuerza y a veces me acariciaba con un cariño y suavidad que era también una oración.
Segundo Misterio “La Visitación de María Santísima a su prima Santa Isabel”. Lo rezamos para agradecerle a Dios su visitación como juntando su paternidad divina a la nuestra humana, en el Niño que nos iba a nacer. A Él también.
Tercer Misterio el Nacimiento del Niño Jesús en el Portal de Belén. Porque en los dolores del parto, -yo había ya pedido a mi ginecólogo y a mi comadrona que lo quería tener “en vivo”, sin epidural ni ningún paliativo, - rece yo, me una a todas las mujeres que llegan a ser madre con dolor, y que todo ese dolor se convierta en amor al ser recién nacido. “Con dolor parirá a tus hijos” fue lo que dicen un castigo. El dolor transformado en amor es la bendición que yo pido a Dios al darle un hijo.
Cuarto Misterio, La presentación de Jesús en el Templo y la Purificación de María Santísima. Para que nuestro nieto, rezó de nuevo mi madre, tenga siempre como meta y guía de toda su vida el amor y el servicio a Dios Padre, su Creador, a Dios Hijo su Redentor y Pastor y a Dios espíritu Santo su santificado y vida de su alma.
Quito Misterio, el Niño perdido y hallado en el Tempo. Ahora fue José Carlos el que elevó con ternura su plegaria a Dios. El, que nunca pide, no pudo por menos de pedir ara su hijo amado, que estaba en puertas. Muchas veces lo tendremos que perder en sus enfermedades, en sus dolores, en sus sufrimientos. Para que le hallemos al haberle enseñado a recibir el dolor como purificación y transformarlo como Cristo en la Cruz en redención y salvación. Para que aliviándole de los dolores necesarios e inherentes a la propia naturaleza humana, no intentemos liberarle entre algodones de todo dolor y sufrimiento, sino educarle en saber aceptar los inevitables, apaciguar los disminuibles, y transformar todo dolor en vida y amor.
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