domingo, 2 de diciembre de 2007

39.- "Vivir en doble libertad"

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Mi Diario. Reunión del veinticinco de noviembre de 2006. Sábado.
EL RESPETO A LA LIBERTAD DEL OTRO.

Respetar la libertad del otro.
No atar a la pareja a la pata de la cama.


Hay personas, querido Diario, que quieren encadenar a su pareja a ellos como si fueran ellos mismos sin dejarles ni un respiro, ni un momento libre, ni un segundo sin controlar.
Creen que el matrimonio es “atar al otro a la pata de su cama” y más por superposesión que por celos, aunque también a veces mezclados por estos, la otra persona, sobretodo si es la mujer, no puede moverse libremente, ni decidir que hacer ni a donde ir.
Y en una pareja lo más hermoso es precisamente la libre entrega de mi propia libertad, cada mañana, cada día, cada instante, no porque me lo exiges sino porque te la doy libremente y te la doy libremente porque te amo.
¿Es amor acaso el que no se entrega libremente, el que es “de obligado cumplimiento”?
Ni aún cuando la persona esté “comprometida”, compromiso que adquirió libremente en el momento de la donación plena, ratificado en el sí del sacramento, ni aún entonces el otro tiene “derecho posesivo y exclusivo” sobre la libertad del otro. Es en el desgranar de los días y los momentos cuando por amor cada uno de los dos entrega libremente su libertad al otro, haciendo lo que más feliz le haga, pero sin exigencia alguna.
Y es precisamente esta donación libre la que mayor felicidad produce al amado porque no arranca nada al otro, caprichos sin malicia, placer y gozo, mimo, entrega y detalles afectivos, sino que proceden de la entrega amorosa y libre del amante.
Pero y si a mí no me gusta lo que hace, cómo se viste, a dónde va, qué amigos o amigas tiene, cómo realiza su trabajo, cuales son sus aficiones para el descanso o el relax.
Pues a aguantarse toca, amigo. Así era, así la aceptaste, tú lo sabias y tú debes respetar sus decisiones.
Pero y ¿si cambió después? Nadie te dio un cheque en blanco ni un seguro de conducta del otro. Sólo una promesa de amarte que puede dejar de hacerlo libremente.
Sí, puedes razonar, pedir, hacer ver, si no es el camino adecuado el que tomó, pero no exigir el cambio o la rectificación.
Esta debe venir de la libre aceptación del otro. Bien porque vea su equivocación, bien porque crea que “tal pequeñez” o tal cosa se convierte en pequeñez sin valor y si puede desechar si hiere, rompe o mata el amor.
¡Ojito! Que la inversa es igual. Eres tú el que libremente debes ver si merece la pena dar ese pequeño o gran disgusto a tu pareja, a quien dices que amas por mantenerte en los trece o no bajarte del burro en algunas cosas.
Claro que los principios son inamovibles. Claro que los criterios son inalterables. Lo que hay que estudiar es si realmente son principios u opiniones personales no muy fundadas, y si son criterios de vida o simples costumbres o hábitos.
Establecido su fundamento no son alterables porque harían más mal que bien tanto a ti como a quien te pides que los cambies o altere.
No son negociables la fe en Dios, el amor a los hijos, la fidelidad a la pareja, la honestidad personal, el trabajo bien hecho, y las virtudes en general.
No puedes aceptar “una cama redonda” en deseo de libertad de tu pareja o de libertad sexual. No puedes aceptar nada que haga daño a tus hijos, palizas, malos tratos, en respeto al mal genio o a la “irascibilidad de tu hombre”.
Pero qué te cuesta ponerte un escote un poco más pequeño, si el tuyo es excesivamente generoso, si procede de un deseo desmedido de ser mirada y de gustar y si no son lo celos sino la prudencia razonable de decencia quien te lo pide con sus palabras sin acritud y prudentes.
Qué te cuesta pensar si tanto salir de pesca o de caza, o tantas horas dedicadas al trabajo, casi por vicio y costumbre no pueden ser recortadas en bien de un “estar” con tu esposa yo tus hijos.
Nadie te obliga. Eres tu el que por amor, piensas, pides consejo y cambias.
La entrega y el sacrificio, la renuncia que crucifica porque es un palo trasversal y horizontal a mi deseo o gusto vertical, es nacida del amor, una renuncia dulce, un sacrificio alegre, que deja de costar porque es parte de nuestro amor.
Cuando yo tenía dieciséis años fuimos a la nieve a esquiar. Alguien se dobló un tobillo y hubo que bajarlo a cuesta por la pista de esquí hasta el Albergue de Montaña.
Cuando a medio camino el Salesiano que nos acompañaba en la excursión del Colegio le gritó a mi compañero que cargaba con el destobillado si necesitaba ayuda este le contestó. No hace falta, Padre. No pesa. Es mi hermano.
Sí, el amor hace la carga ligera.
“Venid a mí que estáis cansado y yo os aliviaré. Porque el yugo”que voluntariamente nos unce, “es suave y la carga”, que se lleva por amor, “es ligera.” Dice el Señor.
Buenas noches, querido Diario. Yo quiero llevar mi cruz, cuando sea cruz, toda con amor y por amor.

Reunión de Grupo:
Conclusión:
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