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DIALOGAR ES COMPRENDER AL OTRO.
En la reunión de hoy hemos intentado comprender y dialogar sobre cómo el diálogo es comprender al otro. Sin ello todo se convierte en un monólogo que para nada sirve, pues para dialogar hay primero que aprender a escuchar. Bueno voy a copiar las cartas de Carlos que son la base de nuestras reuniones en general y al final añadiré unas consideraciones sobre las aportaciones en la reunión de grupo.
Carta: A Julia y Ernesto.
El diálogo.
Querida pareja:
Desde luego no os lleváis tan mal como parecen indicar vuestras cartas. Las dos misivas venían en el mismo sobre, en la misma carta. Luego fue una decisión mutua el escribirme y un consenso tras un pequeño y sin importancia diálogo.
Visteis también que el diálogo a tres de la otra tarde, qué bien lo pasamos, no fue difícil.
Dialogar no es intentar convencer “al otro” con nuestros argumentos. Ni siquiera se dialoga para llegar a un consenso o unanimidad de criterios y pensamientos y algún tipo de acuerdo.
Se dialoga para comprender, (com-prender, prender, tomar, captar, com, alrededor, envolviendo, dejando dentro,) al otro. Saber porqué piensa así, en qué se fundamenta,
Cuales son sus puntos de vista y sus razones. Hay que intentar ver y comprender los motivos, creencias y deducciones de la pareja aunque estemos convencidos, que tendríamos que ponerlo al menos en cuarentena, de que no tiene razón.
Y para esto lo primero es ponerse en aptitud de escuchar: cerrar nuestro propio decir, dejar en blanco nuestra mente, sin nuestras razones y argumentos, y hacer un esfuerzo positivo de entender lo que se nos dice y de ponerse en la piel del otro para verlo desde sus propios ojos, con su propia mente o razón y sobretodo con su propio corazón.
Porque generalmente nuestras ideas y opiniones están más fundamentadas en los sentimientos y afectos, en la sensibilidad y la afectividad, que en los argumentos discursivos y razonados.
Así, escuchando, se enriquece nuestra propia visión de las cosas con otras visiones o ángulos, o puntos de vista, desde las que la ve el otro.
Pero es mayor la riqueza aún si nos fijamos que “entendemos” mejor al otro, sabemos más de el, de cómo es, de porque piensa así, y casi siempre de cómo siente y respira ante las cosas y ante la vida misma. De sus sentimiento profundos, de sus entrañas de persona.
Y aquí termina la primera parte del diálogo si las dos partes hacen este esfuerzo.
No hay que intentar llegar a “acuerdos” o a vamos a obrar así.
Habrá que tener mucha paciencia.
En principio como dice San Ignacio y aplicándolo al diálogo, “en la duda no hacer mudanza”.
Mientras que no haya un nuevo acuerdo debemos, ambos, aceptar el que ya teníamos.
Pero tras el dialogo, que debe empezar en paz, hacerse con paz, sin avasallar, con paciencia, con tranquilidad, con amor, con mucho amor (y también con algo de humor que nos hace “reírnos” un poco de nosotros mismos y de nuestras rigideces, sin darle tanta importancia) y terminar en paz, tras el diálogo nos daremos cuenta que aún sin querer “se han ido moviendo un poquito nuestras posiciones hacia el otro, nos hemos ido acercando a el, aunque la distancia puede seguir siendo inmensa y grande.
El diálogo es la pieza clave para que el amor se alimente, crezca, “se clarifique”, arregle las diferencias y sus escapadas o separaciones.
Cuando la pareja empieza a ir por líneas divergentes, sólo el diálogo vuelve a cambiar el rumbo hacia la convergencia.
Sentarse a hablar cuando no hay problemas de proyectos, de deseos, anhelos, presente y futuro une a la pareja le hace tener “una vida interior en común”.
Sentarse a sacar los problemas fuera, a echar los demonios interiores, romper los muros construidos o a medio construir de incomprensiones, - com-prender es rodear al otro por fuera entendiendo y en la pareja amando todo lo que hay dentro,- y si entonces también el otro te comprende a ti, nace una fuerte compresión mutua, generosa y amistosa, pero en la verdad y en la libertad. Sólo entonces los dos círculos son iguales de grande y se superponen en compenetración total. Aunque dentro haya cosas distintas, que debe haberla, la unanimidad absoluta también es un fallo, y quizás una incomprensión, cada uno comprende, prende, tiene totalmente y libremente al otro.
Incomprensión es no tener un centro común de gravedad, poner nuestro círculo fuera del otro y levantar un sutil muro que impide al círculo del amado penetrar y compenetrarse con el nuestro.
Intentar llegar a consenso es sumar nuestros puntos de vista, nuestras visiones desde primas distintos, hombre-mujer, padre-madre, profesional-profesional, educación-educación, costumbres-costumbres, país-país, religión-religión, familia-familia. No debe ser nunca imponer o restar el uno del otro.
Todo consenso puede tener sus ribetes de diferencias, sus enfoques parciales. Y todos los no- consensos, discrepancias y diferencias deben estar llenos de respeto, comprensión e incluso visión cariñosa del otro y de sus desacuerdos o contrastes.
Haz de aprender a vivir “en la diversidad” y a saber que solo pocas cosas son necesariamente una o única. El credo, el de los Apóstoles, es muy cortito. El dogma muy concreto y las disquisiciones de la Iglesia y sus ministros, incluido el Papa, no son siempre inspiraciones infalibles del Espíritu, aunque estén llenas de la máxima garantía de verdad, veracidad, autenticidad y exactitud. La conciencia del hombre, incluso la errónea e invencible, es norma de moralidad y de acción, y los recovecos del pensamiento y compresión de Dios sobre cada personas son inescrutables y de un amor personalizadísimo y desigual. “El Buen Pastor conoce a cada una de sus ovejas por su nombre.”
Parafraseo: En lo necesario, unidad y verdad, en todo lo demás, en lo superfluo, en lo diverso y en la diversidad, respeto y libertad, y en todo y siempre, comprensión, caridad y amor.
Con cariño, Carlos.
De qué hablamos:
Reunión de Grupo:
Conclusión:
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domingo, 2 de diciembre de 2007
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